María Pía en el centro de la revolución digital

Mi nieta María Pía nunca fue una “guagua”. Tampoco “la guagua”. Desde siempre fue “la bebé”. Creo que es parte de la invasión persistente del inglés (o, mejor, del “spanglish”) en nuestro lenguaje cotidiano. La mamá de María Pía tuvo un “baby shower” y la niña no sabe del viejito pascuero de mi infancia y aprendió que el que reparte regalos en Navidad es “Santa”, apócope de Santa Claus.

Lo que me preocupa es que este “neohabla”, como lo llamaba George Orwell en “1984”, refleja algo más profundo que un choque lingüístico. Es, como dice el filósofo alemán-coreano Byung- Chul Han, es resultado concreto de la mayor revolución de todos los tiempos: la civilización digital.

Hace más de cinco siglos, la imprenta de Gutenberg produjo una revolución profunda en la sociedad. Sus dos consecuencias profundas fueron la reforma protestante y el concepto de la democracia, basada en los principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. La revolución de las comunicaciones, que percibimos fácilmente en el celular, el computador casero y muchas actividades a las que ya nos acostumbramos casi sin percatarnos, tiene raíces más profundas. No lo descubrió el filósofo Han, pero lo ha resumido con claridad.

La revolución actual se ha difundido con enorme rapidez. Mientras la imprenta tardó años y siglos en difundirse por el orbe, las comunicaciones en la tercera década del siglo XXI son, literalmente, instantáneas. La imprenta, para funcionar y fructificar, requiere algunos equipos, a veces muy voluminosos y pesados como las rotativas. Pero, más que nada, profundizó la herencia de Babel, multiplicando la necesidad de ediciones en distintos idiomas.

Hoy, en cambio, estamos bajo el paraguas de un inglés práctico, que ya se ha popularizado. María Pía cuando está de acuerdo, dice “Ockey”. Y ahora está aprendiendo a saludar en inglés (“Hello”, “Good bye”). En algún momento deberá hablar de “software”…

El problema no es el idioma, por cierto. Tampoco la globalización en sí. Lo que me preocupa es que en este mundo interconectado las redes sociales, las “fake news” y otros excesos parecen tener la última palabra.

¿Por qué?

Porque se manejas solas. No quienes emiten y reciben mensajes a través de sus contactos humanos, cercanos o no. En este mundo globalizado, la última palabra la tienen los algoritmos y la inteligencia artificial, no las personas.
Así lo hace notar el filósofo Han: “En la sociedad de los medios de comunicación de masas no existía una infraestructura para la producción masiva de noticias falsas… Solo la red digital creó las condiciones estructurales previas para las distorsiones de la democracia”.

No es por cierto un anuncio apocalíptico. Siempre estamos en condiciones de recuperar el control de nuestras comunicaciones y usarlas para el mejor desarrollo de nuestras vidas en condiciones de respeto a las personas y su dignidad.

Se puede, pero no será fácil

Abraham Santibáñez
Premio Nacional de Periodismo

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